miércoles, 9 de julio de 2008

TRABAJAR CANSA: lea un gran poema de Cesare Pavese



Trabajar cansa


Los dos, tendidos sobre la hierba, vestidos, se miran a la cara entre los tallos delgados: la mujer le muerde los cabellos y después muerde la hierba. Entre la hierba, sonríe turbada.Coge el hombre su mano delgada y la muerde y se apoya en su cuerpo. Ella le echa, haciéndole dar tumbos.La mitad de aquel prado queda, así, enmarañada.La muchacha, sentada, se acicala el peinado y no mira al compañero, tendido, con los ojos abiertos. Los dos, ante una mesita, se miran a la cara por la tarde y los transeúntes no cesan de pasar.De vez en cuando, les distrae un color más alegre. De vez en cuando, él piensa en el inútil día de descanso, dilapidado en acosar a esa mujer que es feliz al estar a su vera y mirarle a los ojos.Si con su piel le toca la pierna, bien sabe que mutuamente se envían miradas de sorpresa y una sonrisa, y que la mujer es feliz. Otras mujeres que pasan no le miran el rostro, pero esta noche por lo menos se desnudarán con un hombre. O es que acaso las mujeres sólo aman a quien malgasta su tiempo por nada. Se han perseguido todo el día y la mujer tiene aún las mejillas enrojecidas por el sol. En su corazón le guarda gratitud.Ella recuerda un besazo rabioso intercambiado en un bosque, interrumpido por un rumor de pasos, y que todavía le quema.Estrecha consigo el verde ramillete -recogido de la roca de una cueva- de hermoso adianto y envuelve al compañero con una mirada embelesada. Él mira fijamente la maraña de tallos negruzcos entre el verde tembloroso y vuelve a asaltarle el deseo de otra maraña-presentida en el regazo del vestido claro- y la mujer no lo advierte. Ni siquiera la violencia le sirve, porque la muchacha, que le ama, contiene cada asalto con un beso y le coge las manos.

Pero esta noche, una vez la haya dejado, sabe dónde irá:volverá a casa, atolondrado y derrengado, pero saboreará por lo menos en el cuerpo saciado la dulzura del sueño sobre el lecho desierto. Solamente -y esta será su venganza- se imaginará que aquel cuerpo de mujer que hará suyo será, lujurioso y sin pudor alguno, el de ella.